Cecilia Martínez (Video)
Pionera sería la
única palabra que le haría justicia a Cecilia Martínez. Esta mujer, nacida en
Caracas, en 1913, llevó por sangre, herencia, determinación o casualidad la
marca de los grandes hechos. Desde muy pequeña tenía predestinada la
diferencia.
Esta mujer -que hace
pocos días cumplió el centenario- se blindó desde muy temprano contra la
mediocridad y ordinariez, gracias a un sólido árbol genealógico.
Tataranieta del
presidente de la República Cristóbal Mendoza, prima del brillante Armando
Reverón, amiga de juegos del dos veces presidente de la República Rafael
Caldera, compañera de clases de María Teresa Castillo, entre otras grandes
peculiaridades que hoy la hacen miembro de la historia nacional.
Proveniente de una
familia sin mayores recursos económicos, y huérfana de madre a temprana edad,
Cecilia Martínez rompió el molde en la sociedad venezolana del siglo XX.
Primera mujer locutora del país, cantante del primer jingle publicitario en la
Broadcasting Caracas, censurado poco después por el presidente de turno Juan
Vicente Gómez por "atrevido", primera mujer en divorciarse y la que
dijo presente desde el primer día cuando Radio Caracas Televisión abrió sus
puertas hace 60 años.
Entre su largas
cadena de peculiaridades también cuenta haber superado una difteria, cuando
esta enfermedad aún era mortal. Tenía apenas cinco años cuando el doctor José
Gregorio Hernández tocó a su puerta, como lo hacía recurrentemente.
La mujer vivía en un
humilde hogar, ubicado en la esquina El Truco, número 103, con su padre -que se
desempeñó como el cajero principal del ferrocarril La Guaira-Caracas por 51
años- y tres hermanos.
A este hogar llegaba
cada mañana el conocido médico de los pobres "a tomarse un brandicito,
porque mi papá y él eran muy buenos amigos", ha recordado en reiteradas
ocasiones a los medios de comunicación, que se han interesado sobremanera en su
historia. El Dr. José Gregorio era su médico de cabecera.
Una mañana el acostumbrado rato ameno se convirtió en consulta médica. La niña Cecilia Martínez había amanecido enferma, con mucho dolor de garganta, que ameritó que el doctor José Gregorio la revisara.
La mujer recuerda el
día con gran brillantez. Asegura que el "hombrecito pequeño, de voz suave
y agradable" le revisó la garganta y salió corriendo a una farmacia
cercana, en Caja de Agua, para comprar un medicamento. A los pocos minutos
regresó con una inyectadora de gran tamaño y la inyectó en el vientre.
"En esa época,
los niños se asustaban con el médico, pero eso no ocurría con el doctor
Hernández, que venía con un sombrerito negro y su corbatica, y me decía: ‘vamos
a ver, Cecilia, abre la boca a ver qué hay en esa garganta’, dice la mujer con
gran dulzura, a pesar que reconoce que nunca generó una gran devoción hacia el
llamado médico de los pobres.
No obstante, asegura
que los principales responsables de que no se haya logrado la beatitud del
médico de Isnotú son los venezolanos. "Estoy convencida de que la culpa es
nuestra. Cualquier hechicero o bruja tiene en su altar sus vagabunderías y la
imagen de José Gregorio, y nosotros se lo hemos permitido, somos cómplices",
ha dicho recurrentemente.
De ese día en
particular recuerda que el doctor le dijo: "‘Esto no te va a doler’, me
dijo ‘voltéate’. Me pinchó y, verdaderamente, no sentí nada. Tenía difteria,
que entonces era una enfermedad mortal. El doctor José Gregorio Hernández
volvió en la noche, me vio y luego fue a conversar con mi papá y le dijo en
tono serio ‘si no la inyectábamos hoy, su hija no pasaba la noche".
El médico controló
por varios días a la niña hasta que la vio plenamente recuperada. "Quién
sabe si, a pesar de mi descreimiento, soy un milagro andante del médico de
cabecera de mi infancia…", reflexiona.
Con gran lucidez a su
avanzada edad, la mujer recuerda con especial cariño al beato venezolano.
"Era bajito y vestía muy bien, lucía siempre emperifolladito, sus cabellos
estaban en perfecto orden y olía exquisito, a perfume caro y bueno, daba gusto
oírlo hablar".
Ella oyó gran un
alboroto en la calle, gritos, la gente corría por todas partes, al parecer uno
de los seis carros que para entonces circulaban por la capital lo había
atropellado. Ella corrió con la gente al lugar donde ocurrió el accidente.
Llegó y vio un gentío aglomerado. "Pero te imaginarás que como yo era una
niñita, enseguida los adultos me sacaron y no me dejaron ver nada. El pobre
chofer del carro enloqueció cuando le dijeron que había matado al médico del
pueblo", afirma.
Hoy espera por
"un final de paz, que me dé una muerte tranquila. Que me lleve con una
sonrisa en los labios", indica la pionera venezolana.
Esta gran señora, es todo un trozo de historia venezolana.
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